Te regalo...

Te regalo un camino de tropiezos y una mano fuerte en tu hombro, para cuando quieras caerte conmigo. Te regalo la multitud de soledades, que te precedieron, para que construyamos nuestros propios días de sol. Te regalo una cadena de errores, para que compartamos culpas, dividamos penas, suprimamos castigos. Te regalo la certeza de que siempre se vuelve al principio, principio y fin de todo este andar. Te regalo los resabios de este corazón, hecho y deshecho y vuelto a armar, que encuentra, en los huecos del tuyo, el ensamble más perfecto. Te regalo la infinitud de las palabras tiernas, que no me sale decirte, pero que pugnan por escapar del pecho. Te regalo las canciones que no escribí, ni voy a escribirte, aunque sepas, que te pertenecen por completo. Te regalo un sinfin de verdades dolorosas y punzantes, que todavía no alcanzo a contarte. Te regalo un cuerpo, común y corriente, que se sabe imperfecto, pero aún así está deseoso de tenerte. Te regalo, en suma, este puñado de pequeñeces, lágrimas y flores que es mi vida, para que en ella dibujes tu silueta, su divino complemento, y empecemos a caminar.

sábado, 25 de diciembre de 2010

don't go changing just to please me

Creo que el amor justifica el cambio y es ahí donde realmente se muestra. Se muestra en el sacrificio por el otro, en hacer lo que no nos copa tanto porque a la otra persona sí le importa, en demostrar interés por el otro y lo que al otro hace feliz.
Entonces, digo: Cambiá, cambiá para complacerme. Haceme feliz compartiendo mi felicidad. Y yo hago otro tanto y, en el medio, nos encontramos con lo que ambos amamos que, al fin y al cabo, somos vos y yo.
Las personas llegan, pasan, se quedan y/o se van. Y está bien que así sea. Dejar ir a la gente es parte de la vida. Pero, ¿qué hay de aquellos de los que nos arrepentimos de habernos alejado? ¿Podemos recuperar esas relaciones?

La sensación de desarraigo se pierde cuando se encuentra el amor. Mi lugar sos vos.

Ella dirá, sin dudar mas de un segundo, que ya está, que está recuperada, que está curada, que lo pasado pisado. Yo, en cambio, que la conozco tanto como a mi misma, sé que todavía no está lista. Está mejor, está bien, está contenta, por momentos está feliz, pero todavía no está lista. Está transitando los últimos momentos de una rehabilitación que le llevó años de esfuerzos, lágrimas y recaídas. Pero el camino no es fácil, y ella estuvo demasiado tiempo confundida. Demasiado tiempo pensando en el amor trágico, en el amor con esfuerzo, en el amor como un trabajo, como una lucha. Demasiado tiempo pensando en eso, demasiado tiempo convertida en una guerrera del amor.
Producto de cuentos de hadas, de príncipes encantados, resultado de todas y cada una de las novelas de la tarde que compartió con su madre, la guerrera del amor absorbió que el amor es difícil. Que el amor es una lucha. Al tiempo que se enamora, entonces, lucha para que el enamorado sea su enamorado. La entrega total por una causa, la causa del amor, lo vale todo para la guerrera. Es paciente, espera. Es tolerante, soporta mentiras, soporta engaños, soporta lo insoportable, porque sabe (está convencida, realmente, tanto que ni siquiera se da cuenta) que de un minuto a otro, el tiempo del amor lo curará todo. Que el tiempo del amor está por llegar. Lo perdona, le cree cuando le dice que es la última vez. La guerrera del amor se arrastra ante su enamorado y desde ahí, bien abajo, pretende arrastrarlo a el también.






Alguna vez me dijeron, que las penas se ahogan mejor en el hombro de alguien querido. Un hermano, una amiga, un amor. Romper en llanto, perder el aire en el intento de buscar explicaciones y motivos. Abrazando con fuerza bruta y desmedida, como queriendo evitar que también se pierda ese único apoyo. Gimiendo hasta el cansancio, hasta el dolor. El cuerpo de agota, se deshidrata en lágrimas, y la mente se olvida hasta del motivo inicial por el cual sufría. Alguna vez, encontré de ese modo el consuelo. Pero irónicamente, siempre fue sola o con algún desconocido que pude soltar la angustia y desatar la tormenta de malestar. Puedo tener infinitas charlas con ellas, las que siempre me acompañan, mis hermanas del alma, pero algo queda en el tintero. Demasiado orgullo. Poca tolerancia a la derrota. Mucho menos al fracaso. Cuando lo acepto, mastico el dolor, una y otra vez. Cuando lo trago, lo despido y nunca vuelve a lastimar.